¿Lo sabía?
Texto de Federico Wiemeyer (el molesto)
Viernes o sábado por la tarde. Nochecita. Usted está en su casa con un grupo de amigos, dispuesto a distraerse de la rutina semanal. Ninguno tiene un peso y no hay nada especial por hacer. ¿A dónde vamos? Ir a bailar sale muy caro. Conciertos, teatro y cine también. Tomar una copa en algún bar, hoy es para millonarios. ¿Restaurantes? Ni pensarlo. En realidad casi todo sale caro, pero la solución más económica comienza a rondar las cabezas. “¡Alquilemos una o dos películas y pidamos unas pizzas por teléfono!” sugiere usted, y todos están de acuerdo. La sana y barata diversión comienza a gestarse. Tras diversas discusiones en el video club, los films son elegidos (algo entretenido, che). Ahora a casa, llamadito a la pizzería y todo en orden. Play.
Película mala de terror que provoca algunas sonrisas, no mucho más. Dos de la mañana. Recambio; otro film imbécil (esta vez picaresco). Jo, jo, jo, qué lindo cuerpo tiene la protagonista, ¿cómo se llamaba? The end. Ya es tarde. Cada uno a su casa y qué joda barata, no nos costó un mango y la pasamos requetebién. Fin.
¿No nos costó un mango? Hagamos números: las películas (desastrosas, por cierto) costaron cada una cuatro pesos de alquiler. Pero recuerde que inscribirse como socio en ese magnífico video club estilo americano que tanto le gusta, le había costado diez pesos un mes atrás; son 18 pesos para empezar. Entre grandes de muzzarellas y cocacolas o cervezas, mientras se divertían, usted y sus amigotes se devoraron casi 20 pesos más (sin contar la propina para el repartidor de pizzas, claro). ¿Vamos bien? Sigamos. Si vieron películas alquiladas es porque usted tiene la fortuna de poseer una videocasetera; ¿recuerda cuánto le costó poder acceder a la maravillosa máquina en la que hizo andar los tristes films que acaba de mirar? 500 pesos es el precio promedio de ellas (en proporción, hace unos años costaban más, pero dejémoslo en 500). Ahora bien, si tiene videocasetera y vio dos películas es porque indudablemente tiene un televisor. Ese hermoso y didáctico aparato fue abonado, también, en una suma cercana a los 500 pesos (¿qué cosa, no?). Y si tiene televisor, seguro que además es un feliz abonado al cable, porque si tiene televisor y no es abonado al cable, usted es un pelandrún. Son 35 pesos más. ¿Sigue calculando? Para que sus artefactos funcionen, Edesur o Edenor le cobra 50 pesitos (más o menos), y aquí no termina todo. Hablemos del recinto en el que tuvo lugar la festichola, digamos su departamento: alquiler de 450 pesos. Y por ser bondadosos no haremos mención de lo que cuestan los mismos sillones en los que sus amigos recostaron sus pies descalzos. Sumemos nuevamente. Su joda bárbara costó una friolera cercana a los 1600 dólares. Y no venga con lo de los costos amortizados, porque sin esa pila de plata usted y sus amigotes no hubieran podido divertirse ese viernes o sábado por la noche. Pero encima hay más: a las películas que vio las dan el mes que viene por ATC. ¿No es fantástico?
Viernes o sábado por la tarde. Nochecita. Usted está en su casa con un grupo de amigos, dispuesto a distraerse de la rutina semanal. Ninguno tiene un peso y no hay nada especial por hacer. ¿A dónde vamos? Ir a bailar sale muy caro. Conciertos, teatro y cine también. Tomar una copa en algún bar, hoy es para millonarios. ¿Restaurantes? Ni pensarlo. En realidad casi todo sale caro, pero la solución más económica comienza a rondar las cabezas. “¡Alquilemos una o dos películas y pidamos unas pizzas por teléfono!” sugiere usted, y todos están de acuerdo. La sana y barata diversión comienza a gestarse. Tras diversas discusiones en el video club, los films son elegidos (algo entretenido, che). Ahora a casa, llamadito a la pizzería y todo en orden. Play.
Película mala de terror que provoca algunas sonrisas, no mucho más. Dos de la mañana. Recambio; otro film imbécil (esta vez picaresco). Jo, jo, jo, qué lindo cuerpo tiene la protagonista, ¿cómo se llamaba? The end. Ya es tarde. Cada uno a su casa y qué joda barata, no nos costó un mango y la pasamos requetebién. Fin.
¿No nos costó un mango? Hagamos números: las películas (desastrosas, por cierto) costaron cada una cuatro pesos de alquiler. Pero recuerde que inscribirse como socio en ese magnífico video club estilo americano que tanto le gusta, le había costado diez pesos un mes atrás; son 18 pesos para empezar. Entre grandes de muzzarellas y cocacolas o cervezas, mientras se divertían, usted y sus amigotes se devoraron casi 20 pesos más (sin contar la propina para el repartidor de pizzas, claro). ¿Vamos bien? Sigamos. Si vieron películas alquiladas es porque usted tiene la fortuna de poseer una videocasetera; ¿recuerda cuánto le costó poder acceder a la maravillosa máquina en la que hizo andar los tristes films que acaba de mirar? 500 pesos es el precio promedio de ellas (en proporción, hace unos años costaban más, pero dejémoslo en 500). Ahora bien, si tiene videocasetera y vio dos películas es porque indudablemente tiene un televisor. Ese hermoso y didáctico aparato fue abonado, también, en una suma cercana a los 500 pesos (¿qué cosa, no?). Y si tiene televisor, seguro que además es un feliz abonado al cable, porque si tiene televisor y no es abonado al cable, usted es un pelandrún. Son 35 pesos más. ¿Sigue calculando? Para que sus artefactos funcionen, Edesur o Edenor le cobra 50 pesitos (más o menos), y aquí no termina todo. Hablemos del recinto en el que tuvo lugar la festichola, digamos su departamento: alquiler de 450 pesos. Y por ser bondadosos no haremos mención de lo que cuestan los mismos sillones en los que sus amigos recostaron sus pies descalzos. Sumemos nuevamente. Su joda bárbara costó una friolera cercana a los 1600 dólares. Y no venga con lo de los costos amortizados, porque sin esa pila de plata usted y sus amigotes no hubieran podido divertirse ese viernes o sábado por la noche. Pero encima hay más: a las películas que vio las dan el mes que viene por ATC. ¿No es fantástico?