Entrevista con el escritor Adolfo Bioy Casares
Textos de Hernán Vera Alvarez y Roberto Giovagnoli
“Hielo seco: esa es la diferencia entre usted y yo” (pequeño diálogo a modo de despedida de un zaguán)
El escritor que ya posee los premios Municipal, Nacional, Caillois y Cervantes enfrenta al infame sentado en su habitación. En diagonal a él, una pequeña mesa. A metros, una ligustrina con más libros. Disco es cultura.
Nos enfrentamos aquella mañana gris de feriado, ambos con los ojos dormidos, con el cerebro gastado y las ganas de… pero no, y la melancolía de siempre. Las luces del mundialmente conocido Adolfo Bioy Casares se aproximaban y nosotros ibamos a estar ahí, con él, al ladito nomás, con nuestra pesada juventud a cuestas, con nuestro snobismo sudamericano tan estúpido como cualquier pose rockera. La cita era en su departamento, el mismo que había sido anfitrión por 50 años de lo más representativo de la cultura argentina. Recordé a Mallea, Victoria y Silvina, las polémicas por el modernismo y Lugones y Rubén Darío, la poesía de Mastronardi… la magia y perdida magia del viejo Lou. Recordé que el diálogo iba a tener cierta estructura: no pensábamos hablar de literatura o formular las preguntas de rigor. Después de todo, bromeó Monseñor Pez, los libros existen para eso. Era importante conocer la opinión del hombre pero sin olvidar al intelectual ¡yeapepeee! Una vez que estuvimos con él, en su hermosa habitación llena de libros en inglés y francés, algunas primeras ediciones, el tiempo pareció escaso como toda felicidad. Lo sé. El infame ahora publica algunos pasajes de aquel encuentro.
Adolfo, alguna vez bailó rock and roll?
–No creo… pero no tendría ningún inconveniente en hacerlo (se ríe). He sido un individuo físicamente apto para casi todo. He tenido la suerte de correr muy bien los cien metros. En casi todos los deportes que hice fui mejor que el término medio. Por ejemplo jugué tenis y llegué a campeón de menores de la ciudad de Buenos Aires. Me hubiera gustado ser campeón mundial, pero no, eso no.
¿Qué le parece el rock?
–Muy lindo, muy lindo. Me gusta mucho. No conozco de conjuntos, pero el tango como algunos blues tradicionales son agradables. Una de mis canciones preferidas es “Saint Louis Blues”.
Cuando escribe, ¿lo hace con música?
–No tengo ningún requerimiento para eso. Me levanto temprano a la mañana, me afeito, me baño y a las diez y media estoy acá, en mi cuarto. Lo más natural es que escriba hasta el mediodía. Después salgo a almorzar, que no son más que mis salidas, y luego duermo una siesta que es rigurosa; a la tarde vuelvo a escribir y no tengo nada, entonces leo.
Edgar Allan Poe fumó opio y en varios de sus cuentos es fácil detectar imágnes producto de su uso; Lord Byron al igual que William Burroughs también usó drogas para pasar el tiempo o crear. Usted, ¿alguna vez las consumió?
–Nunca necesité, nunca nadie me ofreció eso. Francamente no requerí de ningún tipo de esas cosas en la vida.
¿Tampoco por curiosidad?
–No. Recuerdo que Borges un día me dijo que había probado cocaína y le pareció desagradable. Entonces yo pensé: “para que me parezca desagradable, ¿para qué? Imagino que la gente que recurre a eso tiene algún descontento, necesitan de algo. Pero yo con escribir, leer y las amigas que tuve en suerte he estado ocupado y bastante feliz.
En un reportaje reciente confesó que no estaba enamorado porque era una persona vieja. ¿Cómo hace entonces un hombre que tuvo muchos amores y que fue tan pasional para resignarse ahora a no tener ninguno?
–Mire, cuando era más jóven y tenía mujeres pensaba: “¿qué pasará el día en que no pueda tenerlas más? ¿Querré suicidarme? Y, sin embargo, ahora descubrí que estoy tan interesado y divertido como antes… Tal vez (se ríe) un poco más descansado, ¿no? Cuando tenía mujeres a veces nos peleábamos, a veces trataba de complacerlas más allá de lo que tenía ganas… y bueno, ahora no tengo esas exigencias. Desde luego tengo una especie de arrepentimiento por haber sido infiel a personas que he querido mucho; pero también pienso que la vida es tan compleja que sin esas cosas hubiera sido más pobre mi vida, y creo que tuve una vida muy buena, muy rica, con sentimientos muchas veces vivos. Si hubiera sido fiel y tranquilo no hubiese tenido nada de eso. Me han dado una cosa y tuve que pagar con algo que duele.
Esa sería una forma para intentar que la pasión no muera en lo cotidiano…
–Los seres humanos son bastante sorprendentes, y entonces pasando de una mujer a otro se encuentran nuevas impresiones fuertes…
Es tan común que el hombre enamorado se vuelva un estúpido…
–Es verdad. Aunque trataba de no serlo (se ríe), porque cada vez que fui estúpido me largaron. Sabía que no podía serlo demasiado, ya que la mujer es muy intuitiva y se da cuenta de eso.
¿Alguna vez tuvo relaciones con una prostituta?
–Cuando era jóven como usted, por ahí tuve alguna; pero francamente no recuerdo. Quizá lo he hecho por error sin saber que era prostituta, y por suerte nunca tuve enfermedades venéreas. He tenido suerte.
Ahora es distinto: sí o sí hay que cuidarse.
–Creo que ustedes, los jóvenes, tienen una vida muy difícil con el SIDA. En mi época era la blenorragia o la sífilis lo que nos amenazaba. Era horrendo, pero con tres o cuatro inyecciones se curaba. Pero ahora no, el SIDA es mortal.
¿Tiene miedo al futuro?
–¿Miedo?
Claro, porque –con todo respeto– es difícil que viva 30 años más.
–Sí, eso es justo lo que no me gusta. Desearía vivir cien años más. La idea de la muerte resulta bastante desagradable. Alguna vez escribí que todos somos héroes porque vamos a tener que pasar por el momento de la muerte. Con esto le digo que pienso ese momento con estremecimiento. Yo amo la vida.
¿Cree que luego puede llegar a haber algo más allá?
–¡No! No creo en nada (se ríe; mueve las manos) eso es lo malo. Desearía tener un cuentito y contármelo.
Entonces, ¿cómo sería la muerte elegida por Adolfo Bioy Casares?
–Me gustaría esperarla cuando estén pasando los títulos de alguna buena película. En ese momento, que no exista nada, ahí que venga.
Se extraña Buenos Aires…
–Sí, desde luego. Ninguna ciudad me gusta más. Pero aquí suelo tener varias entrevistas demasiado seguidas. Hay veces que hasta diez por días, y semejante número es cansador. Pero ésta no: tengo la sensación de que ésta entrevista es como si fuéramos amigos, tratando de pensar juntos.
¿Qué Gobierno le parece que ha hecho algo bueno por la cultura?
–(piensa algunos segundos) Me parece que Alvear estuvo bastante bien… el de Justo tampoco fue malo…
¡Adolfo, algo más contemporáneo!
–… Y bueno, para encontrar un buen gobierno hay que viajar bastante en el tiempo. Creo que no elegimos buenos gobiernos y no nos tocan buenos gobernantes…. Y los que nos depara el ejército tampoco son buenos.
En estos momentos, ¿al país lo encuentra bien?
–(piensa) A veces me da miedo. Tengo la sensación que hay demasiados avisos de catástrofe para que el país pueda soportarlos y sobreponerse. Pero también recuerdo la frase: “siempre pasó todo mal”. Con esto le quiero decir que de todas formas el mundo sigue bastante esplendoroso.
Pero habría al menos una manera de estar mejores…
–Para eso habría que ser otras personas, digo, si uno piensa eso creo que la obligación nuestra sería mejorar el mundo… pero para eso habría que convertirse en político y uno a veces piensa si quisiera serlo.
Es difícil que la juventud quiera eso.
–(se ríe fuerte) ¡Yo tampoco!
¿Dudaba cuando era jóven de su obra?
–No, sabía que estaba escribiendo cosas malas, pero igual mi destino era ser escritor.
“Hielo seco: esa es la diferencia entre usted y yo” (pequeño diálogo a modo de despedida de un zaguán)
El escritor que ya posee los premios Municipal, Nacional, Caillois y Cervantes enfrenta al infame sentado en su habitación. En diagonal a él, una pequeña mesa. A metros, una ligustrina con más libros. Disco es cultura.
Nos enfrentamos aquella mañana gris de feriado, ambos con los ojos dormidos, con el cerebro gastado y las ganas de… pero no, y la melancolía de siempre. Las luces del mundialmente conocido Adolfo Bioy Casares se aproximaban y nosotros ibamos a estar ahí, con él, al ladito nomás, con nuestra pesada juventud a cuestas, con nuestro snobismo sudamericano tan estúpido como cualquier pose rockera. La cita era en su departamento, el mismo que había sido anfitrión por 50 años de lo más representativo de la cultura argentina. Recordé a Mallea, Victoria y Silvina, las polémicas por el modernismo y Lugones y Rubén Darío, la poesía de Mastronardi… la magia y perdida magia del viejo Lou. Recordé que el diálogo iba a tener cierta estructura: no pensábamos hablar de literatura o formular las preguntas de rigor. Después de todo, bromeó Monseñor Pez, los libros existen para eso. Era importante conocer la opinión del hombre pero sin olvidar al intelectual ¡yeapepeee! Una vez que estuvimos con él, en su hermosa habitación llena de libros en inglés y francés, algunas primeras ediciones, el tiempo pareció escaso como toda felicidad. Lo sé. El infame ahora publica algunos pasajes de aquel encuentro.
Adolfo, alguna vez bailó rock and roll?
–No creo… pero no tendría ningún inconveniente en hacerlo (se ríe). He sido un individuo físicamente apto para casi todo. He tenido la suerte de correr muy bien los cien metros. En casi todos los deportes que hice fui mejor que el término medio. Por ejemplo jugué tenis y llegué a campeón de menores de la ciudad de Buenos Aires. Me hubiera gustado ser campeón mundial, pero no, eso no.
¿Qué le parece el rock?
–Muy lindo, muy lindo. Me gusta mucho. No conozco de conjuntos, pero el tango como algunos blues tradicionales son agradables. Una de mis canciones preferidas es “Saint Louis Blues”.
Cuando escribe, ¿lo hace con música?
–No tengo ningún requerimiento para eso. Me levanto temprano a la mañana, me afeito, me baño y a las diez y media estoy acá, en mi cuarto. Lo más natural es que escriba hasta el mediodía. Después salgo a almorzar, que no son más que mis salidas, y luego duermo una siesta que es rigurosa; a la tarde vuelvo a escribir y no tengo nada, entonces leo.
Edgar Allan Poe fumó opio y en varios de sus cuentos es fácil detectar imágnes producto de su uso; Lord Byron al igual que William Burroughs también usó drogas para pasar el tiempo o crear. Usted, ¿alguna vez las consumió?
–Nunca necesité, nunca nadie me ofreció eso. Francamente no requerí de ningún tipo de esas cosas en la vida.
¿Tampoco por curiosidad?
–No. Recuerdo que Borges un día me dijo que había probado cocaína y le pareció desagradable. Entonces yo pensé: “para que me parezca desagradable, ¿para qué? Imagino que la gente que recurre a eso tiene algún descontento, necesitan de algo. Pero yo con escribir, leer y las amigas que tuve en suerte he estado ocupado y bastante feliz.
En un reportaje reciente confesó que no estaba enamorado porque era una persona vieja. ¿Cómo hace entonces un hombre que tuvo muchos amores y que fue tan pasional para resignarse ahora a no tener ninguno?
–Mire, cuando era más jóven y tenía mujeres pensaba: “¿qué pasará el día en que no pueda tenerlas más? ¿Querré suicidarme? Y, sin embargo, ahora descubrí que estoy tan interesado y divertido como antes… Tal vez (se ríe) un poco más descansado, ¿no? Cuando tenía mujeres a veces nos peleábamos, a veces trataba de complacerlas más allá de lo que tenía ganas… y bueno, ahora no tengo esas exigencias. Desde luego tengo una especie de arrepentimiento por haber sido infiel a personas que he querido mucho; pero también pienso que la vida es tan compleja que sin esas cosas hubiera sido más pobre mi vida, y creo que tuve una vida muy buena, muy rica, con sentimientos muchas veces vivos. Si hubiera sido fiel y tranquilo no hubiese tenido nada de eso. Me han dado una cosa y tuve que pagar con algo que duele.
Esa sería una forma para intentar que la pasión no muera en lo cotidiano…
–Los seres humanos son bastante sorprendentes, y entonces pasando de una mujer a otro se encuentran nuevas impresiones fuertes…
Es tan común que el hombre enamorado se vuelva un estúpido…
–Es verdad. Aunque trataba de no serlo (se ríe), porque cada vez que fui estúpido me largaron. Sabía que no podía serlo demasiado, ya que la mujer es muy intuitiva y se da cuenta de eso.
¿Alguna vez tuvo relaciones con una prostituta?
–Cuando era jóven como usted, por ahí tuve alguna; pero francamente no recuerdo. Quizá lo he hecho por error sin saber que era prostituta, y por suerte nunca tuve enfermedades venéreas. He tenido suerte.
Ahora es distinto: sí o sí hay que cuidarse.
–Creo que ustedes, los jóvenes, tienen una vida muy difícil con el SIDA. En mi época era la blenorragia o la sífilis lo que nos amenazaba. Era horrendo, pero con tres o cuatro inyecciones se curaba. Pero ahora no, el SIDA es mortal.
¿Tiene miedo al futuro?
–¿Miedo?
Claro, porque –con todo respeto– es difícil que viva 30 años más.
–Sí, eso es justo lo que no me gusta. Desearía vivir cien años más. La idea de la muerte resulta bastante desagradable. Alguna vez escribí que todos somos héroes porque vamos a tener que pasar por el momento de la muerte. Con esto le digo que pienso ese momento con estremecimiento. Yo amo la vida.
¿Cree que luego puede llegar a haber algo más allá?
–¡No! No creo en nada (se ríe; mueve las manos) eso es lo malo. Desearía tener un cuentito y contármelo.
Entonces, ¿cómo sería la muerte elegida por Adolfo Bioy Casares?
–Me gustaría esperarla cuando estén pasando los títulos de alguna buena película. En ese momento, que no exista nada, ahí que venga.
Se extraña Buenos Aires…
–Sí, desde luego. Ninguna ciudad me gusta más. Pero aquí suelo tener varias entrevistas demasiado seguidas. Hay veces que hasta diez por días, y semejante número es cansador. Pero ésta no: tengo la sensación de que ésta entrevista es como si fuéramos amigos, tratando de pensar juntos.
¿Qué Gobierno le parece que ha hecho algo bueno por la cultura?
–(piensa algunos segundos) Me parece que Alvear estuvo bastante bien… el de Justo tampoco fue malo…
¡Adolfo, algo más contemporáneo!
–… Y bueno, para encontrar un buen gobierno hay que viajar bastante en el tiempo. Creo que no elegimos buenos gobiernos y no nos tocan buenos gobernantes…. Y los que nos depara el ejército tampoco son buenos.
En estos momentos, ¿al país lo encuentra bien?
–(piensa) A veces me da miedo. Tengo la sensación que hay demasiados avisos de catástrofe para que el país pueda soportarlos y sobreponerse. Pero también recuerdo la frase: “siempre pasó todo mal”. Con esto le quiero decir que de todas formas el mundo sigue bastante esplendoroso.
Pero habría al menos una manera de estar mejores…
–Para eso habría que ser otras personas, digo, si uno piensa eso creo que la obligación nuestra sería mejorar el mundo… pero para eso habría que convertirse en político y uno a veces piensa si quisiera serlo.
Es difícil que la juventud quiera eso.
–(se ríe fuerte) ¡Yo tampoco!
¿Dudaba cuando era jóven de su obra?
–No, sabía que estaba escribiendo cosas malas, pero igual mi destino era ser escritor.