Iguana Lovers
La antibanda
Fotos de Ignacio Torolla Textos de Federico Wiemeyer Sentados en un bar de Primera Junta, y detrás de cafés y tostados, los Iguana Lovers parecen lo menos cercano a un músico rockero que se pueda imaginar. Menos el bajista (que es de Quilmes) todos son del Oeste y quebrando la tradición no hacen blues ni rock pesado; “un tipo de pop”, aseguran. Trabajan todo el día, leen los diarios y miran informativos, se preocupan por la política y la realidad nacional, se acuestan temprano y se quejan de los horarios trasnochadores del rock. Músicos difíciles de encontrar. Iván Mirabal (guitarra) y su hermano Mauricio (batería) vienen del laburo en la “empresa familiar”, como la llaman. Los dos venden repuestos de autos en el negocio de su padre, en Ciudadela. Nancy Migrelli (voz) cuenta que se gana la vida atendiendo los reclamos de los usuarios de Edenor y que, debido a sus horarios rotativos, hoy no le tocó ir. Ninguno de los tres viste de modo llamativo. Jeans, camisa, pullover, campera. “Hoy porque no trabajé, pero sino ando todo el día como una secretaria”, dice Nancy, la chica que se integró al grupo hace casi dos años y la que parece más intimidada por el grabador que los separa del periodista. Pidieron café y no cerveza. No fuman, ni siquiera tienen tatuajes. Es necesario trabar conversación para darse cuenta de quienes son, de dónde vienen. Y hablar hablan. A pesar de la verborragia de Mauricio, largan las palabras tranquilos y sin apuro. Anti-rockstars, podría ser la definición. Casi una banda de barrio, pero el nombre de Iguana Lovers pesa. -¿Drogas? -Dicen que hay muchos mundos pero que todos están en éste ¿no? – responde Iván. – No tenemos drama con quienes lo hagan, pero nosotros no pasamos del Nesquik. -¿Ninguna alusión al cannabis en el nombre del grupo? -(Risas) No… simplemente vino de Iggy Pop y nos gustó como sonaba. Aunque se conocían de antes, Iguana Lovers nació en el ’92 y su formación era idéntica a la quehoy mantienen excepto por su cantante, Ariel Soriano (hoy Televidentes y del cual los Iguana se muestran reticentes a hablar). Llegaron a la Capital en el ’93 y no dudan en remarcar la “gran mano” que les dio el periodista de Clarín, Pablo Schanton. Por esos años compartieron escenario, entre otros, con El Otro Yo, Juana La Loca, Martes Menta y Los Visitantes. Fueron parte del Nuevo Rock Argentino y de lo que el periodismo rockero de entonces etiquetó de “movida sónica”. En el ’94 editaron el tema “Mar” en el compilado “Rock en Blanco y Negro” y firmaron contrato con Radio Trípoli para grabar un disco. “Pero tuvimos mala suerte”, dice Mauricio. El asunto es que a los pocos días Tripoli quebró y la banda fue derivada al sello DBN. Con medio disco grabado les rescindieron el contrato y hasta allí llegó el futuro promisorio de la banda. -Había un contrato firmado, ¿no pudieron hacer ningún tipo de reclamo? -No éramos nosotros solos, había dos o tres bandas más que quedaron a medio grabar. Supongo que garantías habría, pero no teníamos claro el asunto de los papeles, así que los tipos rescindieron y punto. Eso nos llevó a un desgaste interno y a echarnos culpas. Mala suerte dicen ellos; podría pensarse que la situación los desbordó. “Había muchas presiones”, aclara Iván, “no de la discográfica, pero la gente te decía: Eh! Todos los que tocan con vos ya grabaron ¿y ustedes para cuando? Entonces la cabeza te empieza a dar vueltas”. Lo cierto es que a fines del ’94 Iván tuvo un pico de presión que le inmovilizó la parte derecha del cuerpo por un largo tiempo. “La situación de tensión que estabamos viviendo reventó por dentro y hacia fuera”, agrega el guitarrista. Resultado: Iguana Lovers se separaba. -¿Cómo se rearmaron? -Estuvimos casi un año parados y volvimos a tocar a fines del ’95. La separación nos sirvió para darnos cuenta quién era quién en la banda. Antes éramos eso, una banda; ahora somos un grupo, mucho más unido. Se fue quien tenía que irse. Después del impasse decidimos seguir, probamos algunos cantantes y al final vino Nancy (ex–Señora Peel), que ya nos conocía. Con ella llegaron también más matices para el grupo, dejamos de tener dos guitarristas (Ariel Soriano también tocaba la guitarra) y eso nos hizo variar. Ahora se muestran serenos y desacelerados. Llevan a sus conciertos a menos gente que antes pero están tranquilos. En lo que va de su nueva formación, tocaron varias veces en Córdoba invitados por bandas locales, y remarcan el fervor barrial de esos recitales. En Capital recorren el Rojas, La Luna y otros lugares chicos. No se desesperan por volver a las grabaciones. “Ahora metimos un tema en un compilado para una multinacional, ¿cuál era?”, pregunta Iván. Mauricio piensa y responde: “MCA, creo”. Así son los ritmos de Iguana Lovers hoy. -¿Quieren vivir de la música? (se ríen, parecen resignados) -(Iván) Es difícil, la situación está muy jodida. Acá siempre vas a tener que laburar. Me gustaría llegar algún día, pero no me desvío por ello. Eso ya nos pasó. -(Mauricio) Gustarme me gustaría, pero no tenés apoyo de nadie. -(Nancy) Además, desesperarte te estanca. -¿Acercan sus demos a las discográficas? -(Mauricio) No, ya no. Tuvimos malas experiencias. -¿Qué pretenden de la música? -(Mauricio) Mi ideal sería hacer música como la que estoy haciendo ahora, en mi casa, en mi computadora, y no tener que tocar en vivo, porque te ponen unas condiciones de mierda. Quisiera hacer producciones independientes y darlas a conocer. Si se venden, bien y si no… -(Nancy) Hacer las cosas tranquila, sin presiones. -(Iván) De pendejo llegaba a mi casa, ponía discos de Love and Rockets o de Jesus & Mary Chain y me temblaba el corazón. Yo pretendo que mis temas produzcan esa sensación en mí y en quienes los escuchen. Músicos del alma. Tocar es “una terapia necesaria, un cable a tierra”, definen. “Siempre vamos a querer seguir tocando. En su momento, con lo del contrato nos pararon. Si hubiera salido el disco no sabemos qué hubiera pasado. Pero nosotros siempre fuimos por el costado, tal vez por eso nos quedamos en ese primer boom. Además nunca pudimos dedicarnos a la música el 100 por 100 del tiempo, de ser así tal vez nos hubiera ido distinto”. -¿Se ven algún día en carteles por la calle que digan: ‘La banda que cambia la historia del rock nacional’? Los dos varones no dudan en decir que no. Nancy titubea. “Tal vez soy más ingenua, pero ¿por qué no?”, dice tímidamente. -¿Cómo se ven en 20 años?
Iván y Mauricio tiene 29 y 27 años y no muestran demasiada preocupación por eso. “Tendría que hacer una proyección de lo que hago ahora. Sé que voy a estar laburando y haciendo música”, dice Mauricio. “Yo lo único que sé es que voy a seguir tocando, así sea en una casilla de madera”, marca Iván. “Pero ni siquiera sabemos lo que va a pasar mañana”, afirman a dúo. Nancy tiene 27. Ella vuelve a dudar y revela que el tema de la edad alguna vez la intimidó. “Mi viejo es luthier y con la música fracasó, no sé bien por qué pero fracasó. Yo me planteé alguna vez si seguir o no con esto y lo único que espero es que no me pase lo de mi viejo”. Quizás la confesión más sentida de la tarde, que ya se hace noche. Nancy logra que, aunque sea por unos segundos, se haga silencio en la mesa del bar. La cinta del grabador se acabó hace rato pero la charla sigue. Se habla de política, de la situación nacional, de otros músicos, de algunos discos, de la noche, de fútbol y finalmente los Iguana Lovers se van. Mauricio en su auto y rumbo a Chacarita, donde vive con su novia. Nancy e Iván vuelven a las casas de sus viejos en el Sarmiento. “Somos conscientes de que nuestra música no es masiva y de que no somos excelentes músicos”, alcanzan a decir antes de meterse en la estación Caballito y, una vez más, vuelven a transformarse en personajes suburbanos. |